lunes, 5 de septiembre de 2011

Irene: El lobo feroz que nunca llegó.

Érase una vez un alcalde llamado Bloomberg haciendo un llamado a su comunidad para que tomasen precaución, debido a que se avecinaba un huracán de nombre Irene que, aunque de categoría uno, amenazaba con poner en peligro a la comunidad. Muchos optaron por hacer caso y tomar las medidas necesarias.

Otros tantos, hicieron caso omiso. Algunos, se rehusaron a abandonar sus hogares y otros, inclusive, se atrevieron a retar a la naturaleza aproximándose a las playas, parques y ríos, por el simple hecho de parecerles una gran aventura llevando consigo a niños de muy poca edad.

Algunos otros, hallaron esta oportunidad propicia para declarar su fiel amistad o amor y permanecer junto a su(s) ser(es) querido(s) por si cualquier cosa sucediese.

Había un agite que tenía una pequeña similitud a la amenaza del lobo del cuento de Pedrito el Pastor, pero a diferencia del cuento infantil, Irene si venía y Pedrito, era representado por todos aquellos quienes no hicieron caso y constantemente llamaban a los amigos riendo y preguntando en dónde estaba Irene como deseando en el fondo de que algo grave si ocurriese. Por otro lado, otros tantos avariciosos lamentaban el haber cerrado sus negocios y criticaron el hecho de que se cancelara el servicio de transporte público.

Pregunto a los tantos Pedritos: ¿Qué fue mejor, que Irene no llegara o que se hubiese establecido como lo anunciaban? Pasé dos días esperando a Irene y no precisamente porque quería su presencia. Maté el tiempo cocinando, viendo películas, compartiendo con mi pareja y asomándome a la ventana, de vez en cuando, para ver algo que no quería ver.

El Domingo, cuando se sabía que Irene ya había sido historia sin mayores daños que lamentar, aunque hubo perdidas humanas y zonas afectadas, di Gracias a Dios que Irene no llegó.

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