jueves, 2 de febrero de 2012

Mi experiencia en Venezuela después de 8 años de ausencia

A mi regreso a mi patria querida después de ocho años de ausencia, tuve la oportunidad de ver con más claridad lo maravilloso y terrible que es a la vez este gran país. Me hizo recordar los contrastes de New York como por ejemplo lo es cuando pasas por la avenida San Nicolas, a nivel de la calle 181 con su gran cantidad de gente vendiendo comida, ropa, calzado, incienso y hasta droga; donde además, en época de Verano, se ve a mucha gente haciendo parrilladas en la calle y comportándose como si estuvieran en el mismísimo patio de su casa escuchando música a altos decibeles y hasta altas horas de la noche sin importar o tan siquiera pensar que hay gente que eso le pueda molestar de cualquier manera. Luego, al otro lado, a solo dos cuadras hacia el lado este y como por arte de magia encuentras otro mundo, como si pasaras una frontera, encontrando otro país dónde existe el respeto hacia el prójimo e incluso hacia si mismo, dónde hay caras diferentes, trajes diferentes, comportamientos diferentes, calles limpias y diferentes.

De esta misma forma, aunque con ciertas variantes, encontré a mi gran país Venezuela. Así la recuerdo desde que era niña, sólo que ahora pareciera que esas diferencias, esas contradicciones son más notorias. Llegué un primero de Enero y había olvidado por completo que este país, perdón su gente, trabaja a medias y no cómo debiera, no cómo el país entero lo necesita; por tal razón aún no habían recogido la basura del día anterior y de otros anteriores. Eran cerca de las 12 del mediodía. La autopista vía Caracas era una delicia para manejar, totalmente despejada, tranquila y matizada con una brisa que parecía tela de terciopelo; desafortunadamente ese paisaje era constantemente interrumpido por esos montones de basura que yacían por doquier dándome la bienvenida, saludándome y diciéndome “tanto tiempo sin verte” y yo respondía con los ojos desorbitados “si, tanto tiempo” Observaba cada trozo de la vía, cada palmo de las montañas que están hacia los lados, cada barriada y cada grupo de motorizados que parecía salieron a dar un paseo en grupos de cinco, seis y hasta diez marcando una notoria imagen de “cuidado con nosotros, somos intocables”. De pronto, me asombró ver que a nivel de la parroquia Katia, aún existía aquella casa al lado izquierdo de la autopista; siempre sobresaliente por su gran tamaño y sus grandes columnas que parecen las piernas de Mazinger Z, diferente a las otras casas pobres, que por cierto pareciera se triplicaron en estos ocho años porque ya no queda espacio para ni siquiera una pieza de dos metros cuadrados con techo de zinc. Ahí estaba esa gran casa, padeciendo de color y belleza pero saludándome y diciéndome: “si, aún estoy viva, aún estoy aquí” mientras yo me preguntaba que será de la vida de ese maravilloso albañil quién la diseñó y construyó, porque las casas pobres las diseñan los albañiles no los Arquitectos.

Yo seguía observando mientras hablaba con mi familia, quienes me hacían preguntas y yo a ellos, mi madre me veía con detalle tratando de escudriñar el por qué estaba tan delgada. Parecía preocupada por ello aunque enormemente feliz de ver a su hija de vuelta a casa aunque sea de visita. Yo venía pendiente de oler el mar pero se me escapó percibirlo.

Más adelante, nos topamos con un perro en medio de la vía que estaba agonizando. Mi hermana sufrió por él; le grito que se parara porque sino lo iban a terminar de espatarrar. A sólo minutos, más adelante, un par más de ellos, esta vez ya abombados como globos de fiesta de cumpleaños, parecía que en cualquier momento despegarían del suelo. Nadie se compadece de ellos, no hay autoridades que lo vengan a recoger, al menos no por ahora, quizás en unos días cuando pase el camión de la basura y tal vez se los lleven, no lo sé. Yo mientras tanto, seguía reconociendo todo, aunque todo o casi todo lucía más viejo. La basura me seguía saludando, parecían gente aglomerada para ver al papa y yo asombrada de ver tantos, tantos montones de ella saludándome hasta incluso llegar a la esquina de la casa de mi madre. El olor me sacudió por un instante pero fue un definitivo “Bienvenida a casa”

Me alegre al ver que ya en la noche, no tan tarde, todos esos montones de basura se fueron a descansar. La avenida, vista desde el bacón, lucía impecable tal cual la quería ver, como la recordaba y sentí alivio que finalmente la gente salió a trabajar. Días después fui a una jefatura a tan solo tres cuadras de casa de mi mamá con el objeto de sacar mi cédula de identidad. Hice mi respectiva cola. Luego, de que recogieron nuestras copias de la cédula nos hicieron pasar a un salón modestamente acondicionado para realizar esta actividad, éramos cerca de 15 personas o tal vez 20. El salón disponía de cuatro nuevas computadoras pero sólo dos operaban, porque sólo había dos empleadas, las cuales claramente nos dejaron ver, como la cosa más normal y sin vergüenza alguna, que ninguna estaba realmente capacitada para manipular las computadoras; decían entonces que el sistema estaba re-lento. En una de las paredes había pegado un papel que prohibía el uso de celulares en esa área, pero ambas chicas y el 98% de los que ahí se encontraban, incluso gente de la tercera edad, estaba constantemente usando sus celulares, sus BB. Creo yo era la única que no estaba en esa onda, porque incluso mi sobrina de tan sólo 19 años de edad, no se despegaba del suyo. En eso sino ha cambiado el Venezolano, Pantallero como nadie. Para evadir al tiempo que transcurría lentamente, yo conversaba amenamente con una señora muy amable y simpática, que me recordó también que esas son características de muchos Venezolanos. Pasaron dos horas y empezamos a protestar, hasta que la que parecía la jefe dijo que el “satélite se había caído y por eso el sistema no respondía y que aún ellas estaban a prueba. Yo no pude permanecer con mi boca cerrada y les pregunté si acaso a ellas no las habían capacitado antes y la chica me contestó con cierta ironía, que justamente la prueba la estaban haciendo con nosotros. La otra chica, mientras tanto, decía en voz alta que no entendía nada en la pantalla porque todo estaba en inglés. Me reí y dije en alto “guao que avance” me miraron de reojo. Una hora más tarde, todos empezaron a impacientarse, no había ni siquiera un baño. La jefe dijo que no podía hacer nada y nos sugirió que regresáramos el lunes y nos garantizaba atendernos de primeros. Algunos aceptamos, regresé el lunes y después de una hora me tocó el turno. Al meter los datos en el computador me preguntó si yo tenía un proceso abierto, en ese instante no entendí a que se refería y le dije que no, hasta que ella me nombró la palabra pasaporte. Le dije que yo había solicitado uno nuevo en el consulado de New York pero que ya había entregado todo e incluso ya me habían tomado las huellas y la foto, que sólo quedaba la entrega del mismo en Enero o Febrero, entonces me dijo que no me podía sacar la cédula por ello. Le pregunté qué tenía que ver el pasaporte con la cédula y me dio una explicación de esas que lo dejan a uno con ganas de reírse en la cara de la persona pero sólo dije “ah ok” Ella me hablo en el lenguaje de Cantinflas y al darme cuenta de ello entendí que no había nada que hacer y me fui. Al día siguiente acudí a una jornada en el Parque del Este y después de hacer la cola, me hicieron regresar a casa a buscar mi pasaporte porque en la copia de la cédula no se veía bien mi huella y por ende no me la aceptaron. Finalmente, después de tres largos intentos, pude sacar mi cédula de identidad que por cierto la foto salió como si fuera una reclusa y como si me acaban de dar una paliza dejándome la cara marcada como el perro de la pandillita.

Pero en mi estadía, también pude notar algunos cambios que a mi juicio son favorables como por ejemplo lo es que gran parte del Centro de la ciudad ha sido recuperado, que la Plaza Venezuela luce estupenda con luces y música de fondo, que el Boulevard de Sábana Grande esta despejado de los buhoneros que parecían unas plagas y hasta le han incorporado algunos aparatos para que los niños jueguen y se distraigan, que mi madre quién ha sido una comerciante independiente y una gran ama de casa está recibiendo una pensión pese a que nunca estuvo registrada en alguna compañía; por lo que dudo mucho que con otros gobiernos esto hubiese sucedido.

A los sitios que acudí, me atendieron bien. Para mi sorpresa conseguí mucha gente joven trabajando en lo que es Servicio al Cliente y han sido muy atentos y tratado con buenas palabras. Tuve la valentía de usar en varias ocasiones el transporte público, y me encontré con gente amable y honesta a la hora de pagar su pasaje, porque muchos se bajan por detrás del vehículo y se dirigen hacia la puerta delantera para pagarle al chofer. Tanto jóvenes como adultos conservan el hábito de saludar al entrar a algún transporte público, a algún edificio, oficina o local. Aún existen los vendedores ambulantes de cualquier cosa que se suben a estos vehículos y anuncian que hasta reciben cesta tickets como forma de pago. Todo ello me ha hecho recordar y ver que el Venezolano aún es cordial, atento, bondadoso, respetuoso y sobre todo jocoso; pero desafortunadamente también vi miles de quienes están del otro extremo, el de las contradicciones, el que nos echa a perder la buena imagen que podamos tener como ciudadanos, los que nos hacen ver como una especie que no respeta, el que está pendiente de una trampa, el que no considera y que pisa al otro para surgir él. Ojala todos podamos entender que con la gente que está del lado bueno, sea del color que sea, es que podemos salir adelante, es que podemos recuperar o mejor dicho hacer de este país un gran país porque el recurso aún está. Ojala todos tengamos la oportunidad de ir a otros lugares de visita y regresar a nuestra casa porque nos espera un buen cobijo, no vivir en otros lugares y venir de visita porque ya no hay esperanzas. Viviendo en otro país, he podido entender y apreciar mejor todo lo que poseemos. Se me eriza la piel y se me llenan los ojos de lágrimas porque sencillamente no nos han enseñado y no queremos aprender a valorar todo lo que poseemos como nación. Ojala la nueva generación se percate de ello y pueda hacer algo. Que Dios nos bendiga, que abramos los ojos y nos comportemos como hermanos, como hijos de una misma madre para darnos la mano y salir adelante.

Katiuska Gutiérrez